El Ascensor (edición final)
“El Ascensor”
Un día normal, con el tedio y la monotonía de la
rutina, habiendo iniciado el día con labores propias de la investigación en su
escalafón más bajo (fijación de tejidos, microscopia y fotografía de diferentes
elementos celulares y una cantidad de trabajo de escritorio que me hacía pensar
que me estaba transformando en mueble) en un hospital público de alta
especialidad de la Ciudad de México, donde cursaba una pasantía por servicio
social, sonando esto mucho más glamuroso de lo que era, habiendo recabado
muestras de tejido cerebral para un médico cirujano, elefante blanco en su
área, que aún hoy realiza cirugías de las que realmente salvan a gente de
ciertas enfermedades que, de no tratarse, dejarían completamente impedidos o
amenazarían las vidas de los pacientes que las padecen. La pasantía era una
mierda. No me malentiendan, el hombre es un héroe que salva vidas y recupera la
calidad de estas con su arte, su ciencia, y ¿Por qué no? su magia, sin embargo todo
se iba al garete al ver su trato personal: aquel de un ser déspota y cretino
con sus subordinados. Hoy me había correspondido uno de esos momentazos en los
que sus gritos e insultos pretendían reducirme a poco menos que un excremento
humano, cuando, luego de trabajar la jornada normal me excuse para ir a mi
segundo trabajo, por el que me pagaban y me trataban con un mínimo de dignidad.
Para este hombre no era válida una hora de salida que estuviera por debajo de
un horario de 12 horas, pero yo tenía que trabajar. Siendo un recién egresado,
contaba con el gusto de por fin poder trabajar en mi profesión para apoyar a mi
familia, pues, aunque la imagen del médico de clase acomodada es el estereotipo
idealizado, los habemos quienes aprovechamos la universidad pública para
formarnos pese a ser de familias menos acomodadas que la media de la gente en las
escuelas privadas.
Aún tenía el regusto del conflicto en la boca mientras
mi mente barajaba un millar de posibles respuestas, cada cual más cabrona,
contentándome con imaginar que le contestaba algo como sacado de película de
Quentin Tarantino (aun cuando sabía que por terminar mi servicio social
seguiría tolerando los insultos del Dr. Mezquino). Saliendo del hospital tome
ese autobús que cruza de lado a lado la ciudad, escurriéndome entre la gente
mientras me introducía en el monstruo de vehículo como si entrase en una lata
de sardinas gigante. Mi segundo trabajo es para una aseguradora ubicada en una
zona de las más exclusivas en un edificio de oficinas en la ciudad de México, disfrutando
en esté las típicas explotaciones ordinarias del sector oficinista. En él hay varios
pisos con oficinas de las empresas más punteras del país, sin embargo, siendo
un edificio relativamente nuevo, algunos de los pisos se encontraban en construcción
o adaptación para las empresas que estaban por ocuparlos y otros tantos se
encontraban en renta o venta permaneciendo aun desocupados. El noveno piso, que
es donde yo trabajo, se encuentra entre una serie de pisos desocupados que
estaban teniendo reparaciones, no habiendo más que tráfico de albañiles y
contratistas entre el octavo y el décimo quinto piso. Como es costumbre en México,
muchos edificios no cuentan con piso número trece por cuestiones que las más de
las veces obedecen a supersticiones del gremio de la construcción. En este
lugar siempre existieron rumores de cosas extrañas sucediendo, cuestión que yo
no solía tomarme en serio dada la naturaleza pragmática de mi profesión, aunque
procuraba siempre mantener una mente abierta a cualquier fenómeno sin descartar
que cualquier posibilidad fuese plausible. No soy un hombre que procure abordar
las explicaciones sobrenaturales como las primeras opciones de algo que puede
fundamentarse con la razón y una lógica basada en evidencias, sin embargo,
siempre he sido consiente que las cosas que antes eran consideradas
paranormales han encontrado poco a poco explicaciones racionales cuando la
ciencia se ha aventurado a observarles, y aún quedan muchas cosas por explicar
en esos límites.
El día de trabajo en esta oficina avanzó aún más
lento, después de un sin número de gestiones como dictaminador de dicha
aseguradora, a veces peleando con otros médicos para disminuir sus honorarios
quirúrgicos, gestionando los tratamientos de los diferentes pacientes de gravedad
en los hospitales de la red asegurada, o descubriendo al sinvergüenza que
buscaba aprovecharse de lo que no estaba cubierto. Todo eran nuevamente gritos
y pleitos, pero por lo menos sí que me pagaban para recibirlos en este lugar,
esto sin dejar de significar que todos los días terminaba hasta el colmo y con
ganas de mandar a todo Dios a la mierda. Ya por la noche, quizá siendo demasiado
tarde para a penas salir del trabajo, me encontraba llamando al ascensor desde
el noveno piso, encontrándome ya dispuesto a regresar a casa para descansar,
pulse el botón una vez más esperando que el elevador llegase desde la planta
baja, sabiendo que ya me encontraba completamente solo, sin esperar por nadie de
la oficina que me acompañase en la diminuta caja de metal. Me encontraba cansado
y ansiaba llegar a casa para finalmente desconectar, tamborileaba alguna tonada
con mis dedos en mi pantalón en ese momento cuando normalmente se esperaría que
el elevador cerrase su puerta, iluminando el botón presionado por los usuarios.
En ese momento pareció haber una falla de energía, las luces del elevador
parpadearon momentáneamente y escuche un rechinido metálico que casi
instintivamente me helo la sangre. Es algo tonto pensar que el ascensor se podría
caer por el hueco en una avería, pues desde niño sé bien que hay un mecanismo
de emergencia que fija el cubo en su lugar en el remoto caso de que se llegarán
a cortar los cables que le jalan y empujan alternativamente, aun así, el ruido,
la noche y el claustrofóbico espacio reducido pueden hacer que la mente de uno vaya
a toda velocidad imaginando cualquier tipo de accidente sin importar lo absurdo
que sea. Aun por sobre el aparente desperfecto las puertas del elevador se cerraron
de forma normal y antes de avanzar, el cubo dio un pequeño salto, que,
repentino como fue, hizo que me sujetase de las paredes con ambas manos
mientras exclamaba alguna maldición a reacción.
El ascensor en sus mandos estaría jodido de alguna
forma pues en lugar de descender hacia la planta baja el elevador comenzó a
ascender con un sonido trabajoso, como si estuviese reptando hacia arriba por
paredes cubiertas con papel para lijar en medio de continuos rechinidos
metálicos. “Menudo edificio de oficinas, en medio de una zona tan fresa y sin
embargo tan mierda que todo es aquí” pensé intentando racionalizar más el
desperfecto. Observe el panel de pisos, pero el botón de la planta baja no
estaba encendido. Pensando aún más la situación, sabiendo que eran las once y
media de la noche y entendiendo que generalmente el edificio debería estar
completamente desocupado y cerrado por el personal de seguridad. Ellos solo
dejarían salir a los rezagados como yo, cerrando las puertas principales desde
las ocho de la noche. En ese momento pensé para mí mismo: “seguramente alguien
ha llamado al ascensor después de que fallara la luz, el piso que elegí se
desprogramó en ese momento y ahora voy hacia a donde lo han llamado. Seguro será
alguien que estaba superado en volumen de trabajo, como yo, alguien que ahora
compartirá conmigo el camino hacia la salida, a lo mejor pueda hablar con ese alguien
para quizá quitarme el estrés de tanto pleito de encima…”.
Observando el contador de pisos del ascensor, esperaba
que este subiese hacia el décimo quinto o décimo sexto piso, donde incluso se
encontraba el área de recursos humanos de la aseguradora. Noté como el ascensor
iba subiendo cada vez más lentamente, aun manteniendo el molesto y trabajoso sonido
metálico, no dejaba de sentirme intranquilo al asociarlo a una probable falla
mecánica. “Debo reportar esta chingadera al guardia nocturno a penas me baje de
este pinche cachivache.” Pensé para mis adentros. Avanzando en esos momentos muy
lentamente, como si el ascensor fuese empujado a mano, el contador cambiaba
entre el onceavo y doceavo piso pareciendo enlentecerse más a cada segundo, y
al difuminarse el número doce del contador para llegar al piso décimo cuarto,
la luz del elevador volvió a fallar, dando otro tumbo mientras producía un
sonido metálico grave, como si los engranes y railes emitiese un gruñido casi
animal sin dejar de ser metálico en esencia. El sobresalto me llevo a quedar
semi sentado mientras nuevamente me sujetaba con los brazos extendidos contra
la esquina del elevador, sujetando las paredes en escuadra a la par que emitía
un gemido de sorpresa, como ahogando el grito que se encontraba atorado en mi
garganta. La luz volvió a encenderse permaneciendo sin embargo con una tonalidad
enfermiza en un amarillento matiz que recordaba la yema de un huevo a medio
cuajar, un color tenue que daba un aspecto sombrío al pequeño cubo, una luz que
apenas iluminaba, contrario a las luces a las que estoy acostumbrado dentro de
este trasto, mismo que, de forma completamente nueva para mí, me mostraba la
sensación de lo que es la verdadera claustrofobia mientras mi respiración se
agitaba. El contador de pisos se mantenía apagado casi por completo mostrando
la mitad inferior de un uno en la cifra izquierda y la parte superior del dos
en la cifra derecha. El ascensor se encontraba ahora completamente detenido,
aun así se escuchaba el retumbar de chasquidos metálicos y rechinidos que
proyectaban un eco espectral en el hueco vacío por el que transitaba el
artefacto, como luchando contra la fricción para continuar su camino. Al notar
que aparte de esto se mantenía todo con un silencio y una tensión sofocante,
únicamente interrumpido por mi ahora acelerada respiración, me acerque al panel
de control y digité primero el botón de la planta baja, logrando que iluminase momentáneamente,
únicamente al momento de que lo presionaba una y otra vez, apagándose justo
cuando retiraba mi dedo de él. Al notar que no había ningún resultado, sintiendo
como la desesperación se acumulaba rápidamente, comencé a apretar otros botones
al azar, inicialmente, cualquiera me valía, luego intente pulsando el botón del
piso de mi oficina, el doceavo piso, el décimo cuarto, el vigésimo quinto,
luego él último piso… ninguna respuesta. Presione frenéticamente el botón de
alarma, escuchando el timbre de está con cada digitación. “Al menos este botón
funciona…” pensé con un muy ligero alivio a mi actual situación de pánico, alivio
que fue interrumpido cuando de la bocina del panel escuché una voz
ininteligible que murmuraba algo en una cacofonía gutural y autómata con un
sonido que no tenía semejanza con ningún idioma que yo conociera. A duras penas
podría decirse que aquello fuese humano. Bajo la misma desesperación, sintiendo
un pánico renovado presioné el botón de abrir en el panel del ascensor, casi
esperando que nuevamente no sucediese nada, fue entonces que mi sorpresa fue
enorme cuando las puertas abrieron lentamente con un agudo rechinido metálico.
Tras las puertas se observaba, únicamente iluminado
por la tenue luz del cubo del ascensor, un piso desértico, con manchas de
suciedad y papeles por todo el suelo, frente a mí un escritorio viejo con
manchas negras, como si hubiera sido salpicado con algún liquido oscuro, que
reflejaba con tonos rojizos y ocres la enfermiza luz del ascensor. Por un
segundo pensé en salir corriendo hacia las escaleras de servicio que siempre se
hayan a un lado del pasillo de los ascensores, sin embargo, me encontraba petrificado
por el miedo, pues, en mi curiosidad de siempre, me había dado en otros tiempos
por conocer los siguientes pisos al mío y este no se parecía en nada a ninguno
de los pisos que hubiera visto antes. Permanecí en mi lugar pulsando
desesperadamente el botón de la planta baja esperando obtener una reacción del ascensor.
Sentí como el color abandonaba mi piel cuando a lo lejos me pareció escuchar una
serie de gritos, como si alguien estuviera aullando de dolor en algún lugar del
piso. Completamente aterrado comencé a pulsar el botón de cerrar en el panel de
control desesperadamente, incluso metí mis manos en los paneles de las puertas
para forzar el mecanismo a cerrar. Un segundo después sentí una corriente
helada que viajó desde el interior del piso hacia el ascensor. Yo iba bien
abrigado, tal como para enfrentar el frío de la calle, y sin embargo este frío
paso a través de mis ropajes como si estuviera usando únicamente una camisa
frente a un viento invernal. Una vez que hubo pasado esa corriente las puertas
comenzaron a cerrarse con el mismo rechinido agudo, tal como si alguien
rasguñase un pizarrón de colegio, el miedo estaba a punto de conseguir lo peor
de mí, sin saber si debiera quedarme en el ascensor con el horrendo frío que me
hacía tiritar o si debiera escabullirme al interior del desconocido piso bullendo
en mí el deseo de escapar con cada pulsación de mi corazón. Opte por quedarme inmóvil
mientras aplanaba mi espalda contra la pared que se encontraba a un lado del
panel de control.
El ascensor volvió a saltar de súbito, ante lo que no
pude evitar que se me escapara un grito en contra de toda mi voluntad de
permanecer en silencio. En ese momento se normalizaron las luces y comenzó a
descender el ascensor con su sonido habitual, era como si todos los mecanismos
que habían proferido el centenar de ruidos hasta el momento de un momento a
otro se encontrasen perfectamente engrasados. El botón de planta baja se
observaba encendido ahora y todo parecía haber vuelto a la normalidad. Mi mente
daba vueltas no pudiendo entender del todo lo que había sucedido. ¿Lo habría
imaginado todo acaso?
Cerré los ojos y dejé escapar un suspiro de alivio,
soltando el aire lentamente para tranquilizar el pulso de mi corazón, que
martilleaba dentro de mi pecho con el ritmo de una locomotora. Al terminar de
soltar el aire note que había otra respiración a parte de la mía dentro del
ascensor. Helado por el reavivado miedo, evité voltear a ver lo que sea que
emitiese esa respiración manteniendo la mirada sobre el panel de control donde
se observaba el botón de la planta baja iluminada. Observando dicho panel, vi cómo
se iluminó el botón del sexto piso, botón que no recordaba haber presionado, ni
siquiera durante mi momento de pánico. El ascensor continúo descendiendo con
normalidad hasta el sexto piso, sin sonidos raros, ni voces de ultratumba, aún
así me sentía desfallecer mientras deseaba que todo terminase de una vez, y la
respiración sonando más y más trabajosa, siendo cada vez más ruidosa, mientras
deseaba que el ascensor viajase a toda velocidad en un trayecto que parecía
durar horas. Seguí escuchando esa respiración diferente a la mía, notando como
estaba acercándose a mi hombro izquierdo, en acto reflejo contenía la
respiración logrando únicamente que el tiempo pareciera ir aún más lento.
Al llegar al sexto piso las puertas abrieron sin emitir
ningún sonido a parte de su mecanismo usual. Nuevamente sentí aquella corriente
de aire, atravesándome con un frío que me heló hasta el tuétano de los huesos, y
me pareció percibirla como saliendo del ascensor. Entonces se cerraron
nuevamente las puertas, permitiendo al ascensor descender de forma normal hasta
la planta baja.
Al llegar a la planta baja corrí en dirección a donde se
encontraba el guardia de seguridad, desesperado por contarle todo lo sucedido,
preguntándole frenéticamente si había escuchado la alarma que había pulsado
tantas veces presa del pánico y si el habría acaso intentado hablar conmigo a
través del intercomunicador del panel del ascensor. El guardia negó
rotundamente con la cabeza, “No he escuchado nada ni notado nada fuera de lo
normal, joven, pero escuche bien, no use ese ascensor por las noches, mucho
menos si se ha quedado solo. El año pasado murió un albañil de las obras del
sexto piso al caer por el cubo de ese ascensor y desde entonces cosas raras suelen
suceder.” Agradecí la advertencia mientras me dirigí a la salida sin saber que
pensar de toda esta situación, decidido sin embargo a no sobre explotarme al
grado de quedarme solo nuevamente en este lugar. Hoy, sin embargo, se perfilaba
a ser una excelente noche para revisar bolsas de trabajo.
Por “Schwartz Ripstein
Aïken”
aka Mauricio Velázquez
Diamantino
Enero 31, 2017/Diciembre
30 2020
Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivatives 4.0
Comments